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Rectorado UCM |
Esta vez no es el de matemáticas, ni el decano. Ni tampoco los alumnos pelotas de clase. Es la otra clase que da también «el de matemáticas». «Hay que ser gilipollas» le digo a mi hermano.
«Ya están los gilipollas gilipolleando». En cuanto mi hermano me dijo lo del aprobado general, no dudé en pasarlo por los dos grupos de clase en los que estoy este año. «Ya sabemos que es imposible que nos lo den, y además en Derecho sí es posible estudiar y evaluar online», añade. Y los que, movidos por el miedo, defendían el típico inmovilismo del esquirol.
Decían, básicamente, que es imposible que nos concediesen eso. Y que además varias instituciones ya habían declarado que eso iba a ser imposible. Esta tarde he salido con David a aplaudir al balcón. «Estos vecinos echan la persiana y se dejan de conocer.
Son vecinos sólo durante el aplauso», comentaba David. Son tiempos de excepción. Y en tiempos de excepción se ven las cosas más claramente. Estos tiempos nos ponen a prueba como personas y como sociedad, sacando nuestras peores miserias y nuestras mejores virtudes.
Todos dicen que el mundo va a cambiar mucho. En tratar de que la gente dependa de las instituciones. La política que nos gobierna sólo nos quiere como piezas sumisas de usar y tirar en su puzzle social. No nos consideran verdaderamente como personas.
Cada vez que los alumnos sólo piensan en su nota, los poderes han conseguido su objetivo de control social. Cada vez que unos alumnos se quejan de que dar un aprobado general es injusto o fomenta la «vaguería», también lo han conseguido. Cada vez que sigamos creyendo que la evaluación es lo más importante de la educación, lo han conseguido. Cada vez que nos creamos que la educación consiste en méritos, títulos y competitividad con el resto de compañeros, lo han conseguido.
Cada vez que nos importe más nuestro culo limpio que el culo manchado del resto, lo han conseguido. El mundo cambia radicalmente, sí, pero que sigan los trabajos y exámenes.